26.7.11

Y me cuenta cuentos al ir a dormir

¿Vuelven los cuentos de los martes además de los videos de los miércoles? Puede ser.
¿Vuelve "Mambo Recuerda"? Pregúntenle a Harry...

Ya volverá a contar el blog criminal con las obras de grandes como el "Negro" Fontanarrosa, Sacheri o Galeano. Por el momento les dejo un cuento de mi autoría para el que lo quiera leer jeje. Espero que les guste...






Dejo todo

Es increíble, casi siempre cuando me pongo a hablar la gente empieza a irse. De a poquito, mirando para abajo, pero siempre sin aire de volver hasta que me calle. Ese día estábamos tomando una birra en la misma esquina de siempre, donde está el portón de chapa. No entendía nada, la gente del barrio no sólo se quedaba sentada escuchando, sino que seguían sacando botellas y me pedían que continuara con mi historia. Bah, en realidad no era Mi Historia la que estaba contando: era la de Lucho.

Empezó todo cuando se acercó Huguito, un pibe del barrio con el que hablamos poco y nada, y me me preguntó: -¿Cómo está Luís? - Yo noté que sabía algo, pero algo en serio, que lo habían internado sabían todos. Que estaba bastante grave también. Era casi obvio que con el chusmerío que caracteriza a este barrio, un hecho de este tipo iba a trascender en pocas horas. También era muy probable que a medida que fuera pasando de boca en boca fuera creciendo lo inverosímil de esta historia. Yo no me sentía preparado para narrarla. Raro en mi, que siempre que se trata de Arquitectura, soy el primero empezar a hablar.

Viste como es Lucho, le dije al pibe pensando todavía hasta qué punto podía soltar la información que tenía, es un enfermo. Una vuelta lo despidieron del laburo, cuando era pendejo varias veces se rateó de la escuela, hasta faltó al cumpleaños de la vieja, todo por “El Ladrillo”.

No había terminado el preámbulo y ya había dos flacos más escuchándome; a uno lo tenía, pero al otro no lo había visto en mi vida, yo seguí como si no pasara nada.

Yo que sé, dije, la verdad es que acá en el barrio, todos dejamos un montón de cosas por los colores. Pero hasta yo dije más de una vez que lo de este chabón era demasiado. Para él la semana empezaba cuando había partido y de lunes a viernes era la previa. Me acuerdo una vuelta que jugábamos en la loma del orto. Estábamos en la secundaria y nos fuimos a dedo para ver un partido horrible, un cero a cero aburridísimo. A esa edad yo lo disfrutaba, pero ahora no estoy para esos trotes. Lucho si. Me acuerdo cuando dejó el auto en el medio de la ruta. Se había quedado sin nafta, pero si se iba hasta una estación de servicio llegaba tarde a la cancha. Justo pasaron los micros de la hinchada y se fue con ellos. Cuando volvió a buscar el auto te imaginás: no le quedaba ni una rueda. Pero él estaba más caliente porque Arquitectura se había comido cuatro goles.

La verdad que cuando cantamos “en las buenas y en las malas” él lo canta en serio. Yo soy un poco más grande y viví una parte de la etapa de gloria de “El Ladrillo”, pero él nada. Creo que lo vio perder más partidos que nadie. Ahora andamos bien y la gente se acerca más a la cancha. Hace un par de años, un día de semana en Córdoba, eran cinco en la popular. No hace falta que les diga que uno de esos era Luchito.

Cuando me quise dar cuenta, había más de diez personas escuchando, cerca de quince serían, algunos sentados sobre los esqueletos de los cajones de cerveza, otros en el piso y otros directamente parados. Yo veía que las botellas se terminaban más lento que de costumbre. Me parece que estaban atentos, muy atentos.

Parece mentira, este año cambiaron las cosas. Los nuevos dirigentes no vinieron a afanar, como hicieron los anteriores. Aunque quisieran tampoco había mucho para llevarse. Pero cuando los que manejan el club son realmente del club, a veces hacen las cosas bien. Lucho estaba entusiasmado, se le notaba en la cara cuando nos juntábamos a comer antes de los partidos. Tenía razón, este iba a ser un buen campeonato. Ganamos tres fechas seguidas ¡Tres fechas! ¿Saben hace cuanto que no pasaba eso? Después de fácil diez años, ir a la cancha daba gusto. Vinieron las eliminatorias, en octavos y en cuartos nos cagamos de la risa, ganamos los cuatro partidos.

Por un momento miré para abajo y lancé una risa casi sarcástica. El problema vino en la semi, cuando nos hicieron ese gol en el último minuto. ¡Ya estaba, loco, ya estaba! iban tres minutos de los cuatro que había adicionado el cuervo ese.

Tuvimos que ir a penales. “El Negro”, el arquerito nuevo, se lució, un mostro. Pero viste como son las cosas de la vida, cuando Crauss iba a patear el penal que nos metía en la final, miré para el costado y ahí lo vi: Lucho estaba desvanecido en el piso, el gorrito se lo había masticado, todavía se le veían las gotas de sudor, casi que pude ver como se le salía el corazón del pecho. No había soportado la presión. Salimos con el hermano corriendo para el hospital. El penal ni lo pude ver, me enteré dos horas después de que nos habíamos metido en la final.

En la ambulancia éramos una banda: los médicos intentando revivirlo, el hermano llamando a la esposa de Lucho que tenía el celular apagado, la vieja que no paraba de rezarle a todos los santos y yo; que estaba sentado a un costado con una cara de boludo que no se podía creer.

No se despertaba. Estuvo en terapia intensiva toda la semana, yo esperaba que se despertara para el partido de ida de la final, aunque sea para escucharlo por radio. Pero nada.

Yo no sé porque me sentía culpable. Seguramente porque fui yo el primero que lo llevó a la cancha, hace mucho tiempo ya de eso, pero quizá fui yo el que lo contagió. No me moví un segundo del hospital. Ya no sabía cómo consolarla a la vieja, lloraba todos los días con su rosario en la mano dándole besos a la cruz que lleva colgada siempre. El hermano estaba todo el tiempo preguntando si había alguna evolución, los médicos en un momento le dijeron que se deje de hinchar los huevos. La mujer no podía estar mucho, las enfermeras la rajaban cada dos por tres; por la panza, obvio.

Y el domingo pasado llegó el día de la final. Yo prometí que si no iba con Lucho no iba. Hasta yo tengo mis límites. Igual estaba afuera de la habitación, prendido de los auriculares pero en silencio. No grité el gol de Gutierrez, no me parecía correcto, tampoco putié cuando nos empataron. Pero bue, uno no es de hierro, iban cuarenta y cuatro minutos del segundo tiempo y lo bajan a Araoz en la puerta del área. Si le pega Crauss es gol, pensé. Pero agarró la pelota Zapata. Ahí se me escapó una puteada. No paraba de transpirar, el relator tiraba una publicidad tras otra.

En ese momento veo que el médico sale de la sala de Lucho y empieza a hablar con la madre. No podía escuchar nada por los auriculares. Pero no me hizo falta, el llanto de la vieja decía todo…

Cuando me estaba sacando los audífonos escucho: “Ahí va Zapataaaaaaaaaaaaa…”. De repente un alarido retumbó en el hospital: “Goooool”, pero no venía de la radio, por un momento me desconcerté… Y ahí me di cuenta ¡El grito salía de la habitación de Lucho!

Nos miramos con el hermano y con la madre, por un momento nos quedamos estáticos. Entramos corriendo a la habitación. Y ahí lo vimos: saltando con la bata en el medio de la cama, se le veía el culo, gritando “Dale campeón, dale campeón”. Cuando nos vio saltó a abrazarnos, parecía que ni se había enterado de que estaba en el hospital…

Y ahora sigue ahí, pero ya no está en terapia intensiva, está lúcido y con una sonrisa de oreja a oreja que no se puede creer. Los médicos siguen intentando explicar qué pasó. A la mujer lo único que le importa es que llegue a conocer a Carlos, su hijo, que se va a llamar así por el diez de Arquitectura. El hermano está leyendo un libro de Victor Sueiro. A la vieja nadie, pero nadie, le puede sacar de la cabeza que esto fue obra de Dios.

A mi, personalmente, me gusta pensar que fue a la cancha, siempre dejó todo por los colores.

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Mambo Criminal F.C.